Este sistema reúne diversos tipos de células con diferentes actividades (de una manera parecida como, por ejemplo, la del sistema cardiovascular o del sistema nervioso), y se relaciona con otros sistemas corporales a través de una ininterrumpida e inervada estructura de estabilidad funcional conformada por la tridimensional matriz colagenosa (Kumka & Bonar, 2012, Pilat, 2014). Este planteamiento facilita relacionar entre sí los hallazgos científicos y clínicos y a su vez ofrece una distinta y más amplia perspectiva para el análisis de la mecánica y patomecánica corporal. El mencionado sistema representa una compleja arquitectura comunicacional (Kapandji, 2012), que asegura una amplia información mecano-receptiva, no solamente a través de su distribución topográfica, sino principalmente por los patrones de interrelación con otras estructuras del cuerpo (Lancerotto et al. 2011), especialmente los músculos. Desde su construcción dinámica y fibrosa, se distingue la propiedad de remodelarse de forma continua (plasticidad fascial) (Langevin, 2011), de alinearse y acomodarse a las solicitudes tensionales intrínsecas y extrínsecas del cuerpo (Swanson, 2013). Las alteraciones tensionales, creadas fuera de los patrones fisiológicos del movimiento, pueden reorientar la dinámica corporal, estableciéndose cambios retráctiles de la matriz (a través de la dinámica de los miofibroblastos) (Tomasek, 2002), que afectan la libertad del movimiento (Gabbiani, 2007). La sinergia estructural intrínseca del sistema fascial le asegura al cuerpo la relativa independencia de la fuerza gravitacional, como también, gozar de una gran capacidad de adaptación, de acuerdo a los requerimientos que provienen del exterior y del interior o, en relación a la disponibilidad de energía y nutrientes en el entorno ambiental (Nakajima et al. 2004).
El omnipresente modelo de contracción muscular basado en el deslizamiento de filamentos de actina y miosina descrito hace más de 40 años por Huxley & Simmons (1971), ha respaldado el análisis del movimiento corporal Newtoniano, caracterizado por el fenómeno de palancas. En este modelo, las miofibrillas organizadas en serie, son motores independientes que consiguen aproximar los extremos miotendinosos o mioaponeuróticos, desencadenando así el movimiento. Sin embargo, el descubrimiento de la ultraestructura y la mecanobiológia de la unidad sarcomeral, han dado forma a un nuevo modelo de miofibrillas “incrustadas” dentro de una matriz extracelular (MEC) que participa, desde su propia dinámica, en el fenómeno contráctil (Gillies, 2011). El acortamiento de la miofibrilla ejerce fuerzas “multidireccionales” dentro de una red fascial (endomisio, perimisio y epimisio) organizadas bajo los principios de la tensegridad (Gillies, 2011, Purslow, 2010, Hujing, 2007). La mayoría de estas fuerzas son destinadas a la unión miotendinosa, sin embargo, aproximadamente el 30%, utilizan vías de transmisión lateral“epimisiales”, como queda demostrado en casos como la expansión aponeurótica del bíceps braquial sobre el antebrazo (Eames et al. 2007) o la continuidad de la fascia pectoral con la braquial (Stecco, 2008), es decir, vías paralelas a las tendinosas (Chi-Zhang, Gao, 2012, Huijing, 2007, Yaman A, 2013). La importancia clínica de este fenómeno queda expuesta en las transferencias tendinosas, donde se observa, que son las conexiones intermusculares (epimismales) extra tendinosas las que gobiernan la función sobre el aparato extensor (Scott, 2003).
La fascia es considerada como una estructura neurosensitiva que forma una compleja red funcional de interconexión e integración de la dinámica corporal (Stecco et al. 2007). Durante la contracción muscular, las expansiones fasciales podrían transmitir el impulso contráctil a las áreas específicas del sistema fascial, estimulando los propioceptores en esa zona. La presencia de los mecanoreceptores sugiere una activa participación de la fascia en propiocepción, trasmisión de la fuerza y control motor. El papel propioceptivo de la red fascial significa que puede actualizar el sistema nervioso central, en cuanto a la tensión mecánica, para operar sobre las unidades motoras en el momento, el ritmo y nivel de la fuerza adecuada. Como resultado, la fascia está involucrada en el rol propioceptivo (Van der Wal, 2009) y es vital para el correcto funcionamiento del sistema (Basmajian & De Luca, 1985). Resulta de interés, la red de terminaciones nerviosas libres tipo III y IV llamadas también los mecanoreceptores intersticiales, quienes son potenciales informantes de estímulos de bajo y alto nivel mecanosensitivo. Por ejemplo, los receptores aferentes del Grupo III se encuentran en la fascia perimuscular y la adventicia de los vasos sanguíneos musculares y responden a gran variedad de estímulos, incluyendo la presión y estiramiento vinculados a la deformación de la matriz después de la aplicación del impulso mecánico, siendo esto aplicable al impulso manual empleado durante el proceso terapéutico (Yi-Wen, 2009).
La disfunción del sistema miofascial se define como la alteración de la altamente organizada onda de movimientos especializados y la consecuente inadecuada transmisión de la información a través de la matriz extracelular (Pilat, 2003). Los patrones disfuncionales del movimiento podrían facilitar variaciones en la respuesta de mecanotransducción (conversión del impulso mecánico en la respuesta química), con la consecuente iniciación de los mecanismos moleculares desencadenantes de la enfermedad (Ingber, 2003).
La aplicación de la MIT es recomendada principalmente para los pacientes con disfunciones ortopédicas, neuro-ortopédicas, post-traumáticas y degenerativas relacionadas con el sistema miofascial.